Siempre me enamoro de mis proyectos, pero creo que nunca he estado tan enamorada de mis letras como lo estoy ahora. Cada vez que releo un capítulo de mi nueva novela siento algo en el pecho que me quema como lo hace el sol del verano. Siento que cada palabra ha sido tejida con hilos de nostalgia.
Es tal la admiración que le tengo a este trabajo que por momentos me siento incapaz de continuar, de escribir algo tan bueno como lo que ya tengo escrito.
Es como si quiera guardar esta historia inacabada y prohibida solo para mí, como si supiera que tan pronto la comparta con el mundo, las opiniones de los demás fueran a corromper lo que en mi cabeza ahora es tan puro.
Puede que por eso me esté costando tanto poner el punto y final. Puede que sea miedo a estropearlo todo o puede que sea egoísmo puro.
Ya en Mil veranos contigo me permití explorar aspectos que no muchos autores se atreven a explorar, no al menos en el género romántico. Y pese a que es mi novela más vendida, también es la acoge las criticas más duras. Quizá esta nueva novela sea mi obra más narrativa y también la más criticada solo por eso, no lo sé.
¿Cómo hablar de esta historia sin hablar de ella? Es dificil y es probable que esta sea mi carta aparentemente más vacía de contenido y al mismo tiempo la que más sentimiento y confesiones alberga entre líneas.
Una protagonista tan potente que solo ella llevará la historia adelante. Toda una vida.
Siempre me preguntan que cómo surgen las ideas. Cada historia es diferente, esta surgió de algo tan simple como una espiga. Sí, una espiga.
Esa figura enigmática que se alza en los campos y danza con elegancia al compas del viento. Esa que guarda tantos secretos. Esa que ha sido complice de amores prohibidos.
Las espigas, con sus granos dorados, parecen promesas que la tierra y el tiempo no siempre cumplen.
Una metáfora de la fragilidad de los sentimientos.
El amor, como la espiga, crece lentamente, nutriéndose de las estaciones. El amor, como la espiga, puede contener la promesa de una cosecha abundante, pero también enfrentarse a las tormentas que amenazan con despojarla de su esplendor.
Una metáfora que oscila entre la plenitud y la pérdida, entre la dulce madurez y la eventual decadencia.
Y así visualicé a la protagonista pedaleando en su bicicleta a lo largo de un sendero de tierra que atraviesa los trigales.
Ahora tengo que parar, porque sé que si sigo escribiendo, acabaré hablando de más. Siempre lo hago, pero esta vez tengo que ser fuerte. Si quiero que esta historia vea la luz, cuanto menos hable de ella, mejor para todos.
Con amor,