La semana pasada, coincidiendo con el día Internacional del Orgullo LGTBIQ+, tuve el honor de ser invitada a dar una charla a los trabajadores de Hotmart, que tienen un programa llamado Diversidad & Inclusión. Un programa que hace la vida de los trabajadores más fáciles y con el que deberían contar todas las empresas.
Y es que eso dice mucho de la sensibilidad de una empresa de cuidar e integrar al colectivo y a sus trabajadores. Se nota cuando a una empresa le importan sus empleados y se esfuerza por crear un entorno seguro donde estos puedan ser auténticos.
Nunca he querido encasillarme por ser una persona de género fluido, nunca he alzado banderas. Siempre he querido que se me vea por mi valía como persona, escritora y emprendedora, no como persona de género fluido. Sin embargo, me he dado cuenta que esto no va de mí, esto va de todas esas personas que se han quedado por el camino, de todas esas personas que un día perdieron su voz, incluso su vida luchando para que personas como yo hoy no solo podamos sentirnos un poco más libre, sino que incluso podamos vivir de nuestra pasión.
Es curioso como algo que comencé ocultando por miedo a recibir todo el hate que igualmente acabé recibiendo, se ha convertido en un impulso para darle voz a todas esas personas que nunca la tuvieron.
No hay que irse demasiado lejos en la historia para darse cuenta de que era impensable que lo que muchos consideran «un hombre disfrazado» pudiera llegar a vivir de su pasión.
Para las personas como yo solo había un trabajo posible: la prostitución. Así ha sido como tantas personas han acabado su vida: violadas y drogadas por aquellos que se creen con más poder.
Te mentiría si te dijera que las cosas han cambiado, porque aún son muchas las personas que acaban así y es que la sociedad no te lo pone nada fácil. Te recuerdo solo una pequeña parte de todo lo que yo, en pleno siglo veintiuno, he tenido que leer y no por privado, sino públicamente. Lo que pone de manifiesto la cantidad de personas que hay aún, dentro y fuera del colectivo, a las que les importa muy poco nuestros derechos, los de quienes no encajamos en las etiquetas más convencionales.
Para ellas, somos escoria solo por ser diferentes o no ajustarnos a las normas, para ellas somos un virus, una enfermedad, un mal que solo merece todas esas cosas horribles. Para ellas, el miedo a lo desconocido les lleva directamente a lapidarte y rechazarte si no te entienden. Aunque tampoco van a hacer mucho por entenderte.
Cualquier excusa es buena para criticar a aquellos que se salen de los cánones convencionales, porque nos convertimos de inmediato en la víctima perfecta.
Pero todo este escarnio no tiene nada que ver con lo que yo soy o dejo de ser. Tiene más que ver con el éxito y con lo que no soy o no parezco, porque cualquier detalle que haga al cuerpo humano parecer menos masculino, menos femenino o sencillamente genere dudas, no debería existir.
Y si hablas todo será utilizado en tu contra. Si callas, el silencio será escenificado como culpabilidad y vergüenza.
Afortunadamente, la resiliencia, una vez más me ha salvado del abismo. Y es que el hecho de que mi padre se quitara la vida cuando yo apenas tenía dieciocho años, me hizo tomar conciencia de la importancia de la salud mental. Así que llevo años trabajando en mí, en mi autodescubrimiento y en convertirme cada día en una mejor versión de mí misma.
Porque no te imaginas ni tan siquiera un poquito lo dificil que es construir tu identidad bajo la amenaza constante del rechazo, del odio y de la burla.
El gran problema de la sociedad es pensar que lo femenino es exclusivo de las mujeres biológicas y lo masculino de los hombres «de verdad». La construcción del género va mucho más allá de lo que podemos considerar «natural», pero para llegar a ese punto en que cada persona pueda descubrir su verdadero género aún nos queda mucho camino por andar.
No es fácil conservar la reputación de tu marca cuando entras en temas que generan conflicto, que escuecen. Sin embargo, hay algo en mí, como persona, y en mi marca que está por encima de todo: mis valores.
Y como siempre he dicho: SOY FIEL A MIS VALORES.
Porque más allá del pseudónimo o del nombre, lo cual es lo mismo, porque Johan tampoco es el nombre que me pusieron mis padres, yo soy la misma persona.
Con maquillaje o sin él, sigo siendo yo.
Esta carta de hoy es una forma de resistencia al sistema. Una invitación a que te cuestiones antes de hablar y opinar sobre algo que desconoces. Un acto de rebeldía porque por fin puedo expresar lo que siento sin tener que pedirle permiso a nadie y sin estar atada por un contrato.
Mi psicólogo me dice mucho esta frase:
Nadie tiene el poder de herirte si tú no se lo concedes.
Sin embargo, no siempre es fácil de llevar a la practica.
Solo me queda darle las gracias a todas esas personas y empresas que, como Hotmart, luchan por visibilizar y normalizar lo que es, sencillamente, humano.