El sol en la noche
El éxito puede ser un concepto esquivo si lo perseguimos por las razones equivocadas
Hoy te traigo una carta muy especial y es que hace unos meses descubrí
y sencillamente me enamoré de la forma de escribir de su autor. Es difícil encontrar hoy en día newsletters gratuitas con esta calidad literaria. En ella, cada semana, explora diferentes formas de auto(des)conocerse reflexionando sobre las relaciones entre literatura, filosofía y sociedad.Él, con su estilo un tanto barroco, y yo, tan cruda y desnuda, decidimos aventurarnos a intercambiar una reflexión. El tema elegido: el éxito. Un tema que quienes me conocen saben que he explorado en numerosas ocasiones, dentro y fuera de mis novelas.
Sin embargo, hoy, aquí, lo hará
, así que, sin más, me despido y dejo el Reservado nº7 en sus manos.[…] así como todo éxito en la vida esconde un fracaso y todo fracaso camufla un éxito, tal vez sea siempre necesario tener dos manos para escribir un texto que no pretenda ser solo distracción, consuelo o hipnosis. Una es la del que escribe inclinado sobre el manuscrito, proyectando su sombra y dominándolo con su autoridad; la otra es la del tenebroso, la del viudo, la del inconsolable anónimo que,instalado en el manuscrito bajo la página que escribe el primero, la llena, por debajo, con sus propios signos, la salpica con imágenes […]. Tal vez solamente así la membrana entre él y yo, entre la gloria y la vergüenza, permanezca recta, lisa, sin huecos ni bultos, pues yo lo sujeto a él, apoyo la punta de su bolígrafo sobre la punta de mi bolígrafo. Escribimos al mismo tiempo, frenéticos, el mismo texto, solo que reflejado en el espejo. Leído al revés, su paraíso se transforma en mi infierno, su sol es mi noche, su mariposa es mi araña de obsidiana.
Solenoide, Mircea Cărtărescu
«Éxito» es una de esas palabras que nos hacen estremecer, que nos provocan todo tipo de emociones —casi siempre positivas—, que nos enturbian la mente con ensoñaciones variopintas, que nos transportan a realidades ilusorias repletas de brillantes colores… Una palabra, en fin, que nos tienta con sus infinitas posibilidades. Una puerta hacia el seductor universo en el que nos gustaría habitar.
Como todas las palabras importantes, «éxito» también suele encerrar entre sus letras ciertos aspectos de los cuales no queremos saber nada, que preferimos obviar para seguir actuando con la normalidad quecreemos observar en nuestro día a día; al igual que ocurre con «amor», «problema» o «dificultad», «éxito» es un vocablo traicionero, en tanto solo muestra una faceta de sí mismo y prefiere ocultar esas sombras que lo acompañan doquiera que va. Unas sombras que nosotros también optamos por ignorar, fascinadospor el mirífico resplandor de las promesas del término.
De acuerdo con Martin Seligman, ser una persona optimista «implica esencialmente la creencia en el éxito y una menor culpabilización por los fracasos» (según expone Daniel Kahneman en su ensayo Pensar rápido, pensar despacio). Te traigo esta definición porque me parece que nuestra percepción de la fortuna se sustenta, en buena parte, por esa tendencia al optimismo que nos lleva a establecer una dicotomía abismal e insalvable entre el éxito y el fracaso: ambos términos han formado una concepción maniquea en la que no tienen cabida las escalas de grises, las medias tintas o las valoraciones: un trabajo solo puede ser bueno o malo, de manera que su creador solo puede triunfar o fallar. Solo te (nos) queda rezar para encontrarnos siempre en el primer grupo.
No obstante —y como ocurre en casi todos los aspectos verdaderamente importantes de la existencia—, las dicotomías suelen ser malas compañeras de viaje, cuando no son absolutas necedades pergeñadas por malentendidos históricos y mentes poco brillantes.
Emma Bovary tenía una visión maniquea de la —su— realidad: para ella, todo se dividía en aburrimiento(Charles, su vida en Yonville…) o lujo (París, su aventura con Rodolphe…), sin caer en la cuenta, como de manera magistral narró Flaubert (apasionado de los detalles importantes, por otro lado), de que la vida transcurre, precisamente, en los espacios situados entre esos dos extremos, los cuales casi nunca alcanzamos. De hecho, en la historia de la Literatura encontramos multitud de ejemplos de personajes que han coqueteado con las dicotomías y cuyos destinos, casi por fuerza, han sido desdichados.
De hecho, como defiende Michael J. Sandel en su ensayo La tiranía del mérito, «quienes acaban en la cúspide de la pirámide social terminan creyéndose que se merecen el éxito que han tenido. Y […], si las oportunidades son en verdad las mismas para todos y todas, quienes quedan rezagados se merecentambién la suerte que les ha tocado.» Solo existen dos opciones: triunfar o fracasar, y en una sociedad como la nuestra, obstinadamente mercantilista, los que consiguen lo primero parecen destinados por una fuerza divina, al igual que, de forma inversa, los que no alcanzan el éxito parecen ostentar el baldón de la impericia que no podrán solventar jamás.
Pero el éxito, como expone poéticamente Mircea Cărtărescu en su excelente novela, no es el reverso deslumbrante de una moneda, sino la mezcla insondable de personalidades, deseos, sueños y posibilidades. No existe un «yo» exitoso que es un reflejo rutilante de un perdedor humillado, sino que eres (somos) un compendio de incertidumbres, de banalidades, de certezas, de creencias, de miedos, de habilidades… un golem armado con las piezas que hemos ido recopilando a lo largo de la vida y que nos permiten seguir aguantando la existencia dentro de nosotros mismos. No podemos estar seguros de lo que hacemos todo el tiempo, de la misma forma que es imposible —aunque creamos a menudo lo contrario— errar en todas las decisiones: invisible y sutil, el equilibrio entre ambos extremos constituye ese alambre de funambulista sobre el que depositamos con extrema precaución nuestros pies mientras cruzamos el abismo desgarrador que es la creación; o, quizá, la vida.
Dice Séneca en Sobre la tranquilidad del espíritu: «Lo más adecuado será no esforzarnos en cuestiones superfluas o por una razón superflua, esto es, no ansiar lo que no podemos alcanzar o, una vez conseguido, comprender tarde, después de tantos sudores, la vanidad de nuestros deseos». El éxito, pues, no es más que una búsqueda, un anhelo, un tránsito, pero no un estado que se pueda alcanzar o, mejor dicho, en el que podamos establecernos con seguridad. Triunfar es algo azaroso que no está sujeto a nuestras capacidades, sino a multitud de factores que no podemos controlar o siquiera entender, de manera que obcecarnos en conseguir un reconocimiento cuyos entresijos y mecanismos no acertamos a elucidar solo nos puede llevar a la frustración.
Así, en esa oscuridad en la que nos movemos y sobre la que tratamos con fervor de arrojar luz, y que no es sino nuestra alma, donde el sol es nuestra noche, es donde batallamos para sacar lo mejor de nosotros. ¿Encontramos así el éxito? No lo sé, lo confieso; pero sí que creo que encontramos partes de nosotros que valen la pena, que revelan facetas portentosas, que muestran lo mejor que podemos crear. Y el triunfo, si algo es, es la superación de nuestros miedos en pos de aquello que desvela el fulgor de nuestra creatividad.
Es imposible definir el éxito sin hablar del fracaso. Indudablemente en el camino nos vamos a encontrar con problemas y obstáculos, pero es la resiliencia lo que nos hace seguir adelante.
Como bien lo refieres en el texto, sentir menos culpa por los fracasos te acerca al éxito.
Gran texto como siempre, Emi.
Como le he dicho a Emi en su newsletter, este intercambio que habéis hecho es maravilloso. Todo un win-win sensacional.